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   Moctezuma, se despojó de la capa de piel sin curtir que llevaba encima, y avanzó junto a los otros personajes. Él también era

 

 

observado por el atuendo tan poco apropiado para el lugar. Un torso casi desnudo, con el frío que imperaba, y un copete de plumas de colores, daba mucho que hablar. También él, tomó uno de sus cofres llenos de piedras preciosas y se lo acercó a la familia.

   A su mente acudieron los graves augurios de los oráculos.

   Se acercó y saludó, con una cortés reverencia a esos personajes que le parecieron reyes. Ellos le respondieron de igual manera. Quería comunicarse con ellos, pero …… ¿cómo?

   Estos reyes, también querían comunicarse con él. Sabían de su existencia. Sabían de su llegada. Sabían del sueño de sus oráculos. Y sabían cómo comunicarse con él y su séquito. Eran grandes eruditos. Conocían los destinos escritos en las estrellas. Y, además, hablaban el mismo idioma todos ellos, el idioma del Espíritu de la Navidad, que lo entendían todos.

   Moctezuma, comenzó a parlamentar con ellos con gran fluidez verbal. Cada cual en su lengua y se entendían todos.

   Hablaron de lo que todos conocemos: Que era el hijo de Dios, que era el Rey del Universo, que todo le pertenecía… … Pero algo no le encajaba a Moctezuma: ¿Cómo el hijo de Quetzacóalt, podía ser tanto y tan poco a la vez? ¿Cómo el hijo de Quetzacóalt, podía ser el Dios de toda esa gente que, además, lo iban a matar? Y lo peor de todo: ¿Cómo Quetzacóalt, era capaz de dejar a su hijo en manos de tales bárbaros?

   Moctezuma no entendía el por qué de tantas cosas. Se sentía abrumado. Quería coger al niño y a su madre y huir de allí con ellos. Les rescataría. Los protegería con su vida. Una vez hubieran llegado al mar, ya no sabrían nada de ellos.

   A los otros reyes, de los cuales sólo llegaron hasta nuestro conocimiento los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque eran algunos más, les costó bastante quitarle la intención del rescate. Ellos, que venían de otro mundo más inmerso en problemas sociales, de un mundo que se había distanciado una enormidad de la naturaleza, que ya eran de otra dimensión … comprendían lo que había de suceder.

    Moctezuma, preocupado por el suceso, fue visitar a Azmacois, el jefe de los sacerdotes, pues estos acontecimientos se atribuían a un estado anímico de su dios. ¿Habrían ofendido a Quetzacóalt?
    Azmacois, era como el sumo sacerdote de los judíos. Se había ganado la confianza del rey y de sus súbditos durante muchos años. Años que se veían acumulados en sus cargados hombros y su lento caminar. Un oráculo lleno de sabiduría por su experiencia de vida y la observación de la naturaleza.
    - Azmacois – le preguntó el rey – quisiera saber por qué ha temblado la tierra. ¿Acaso hemos ofendido a Quetzacóalt? ¿O es que nuestro sol y nuestra luna están en disputa? ¿Habrá caído alguna estrella del firmamento impactando sobre nuestra tierra? Azmacois, contéstame rápido: el pueblo está desasosegado y necesitan una explicación a lo sucedido. No quiero que la alegría de la fiesta se torne en miedo y llanto.
    - Señor, mi rey, habéis de saber algo muy grande que me ha sucedido anoche, mientras dormía. No sé si fue un sueño, o una visión. Aún me siento confundido.
    - Contad rápido, Azmacois, pues aunque yo pueda esperar, el pueblo no.
    - No creo que el pueblo pueda sacar conclusiones sobre lo sucedido, ni proponer soluciones. Diles, pues, que Quetzacóalt les agradece sus ofrendas y su alegría de esa forma tan espectacular, pero que no se asusten por ello. Luego vuelve, que os contaré el porqué de este temblor. La explicación no dista mucho de lo que diréis a vuestros súbditos.
    Moctezuma, hizo lo que le aconsejó el sabio oráculo. Los rostros de los aztecas volvieron a brillar.
Ansioso el Cacique (así se llamaba a los reyes aztecas), por conocer el motivo del clamor de la tierra, volvió al templo para escuchar a Azmacois.
    - Estoy impaciente por escuchar tu respuesta, Azmacois. Sentémonos y cuéntame.
    - Mi Señor, como os decía, anoche vi un mundo muy distinto al nuestro, al cual, habéis de ir urgentemente.

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