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tan pobre, era imposible que tuviese relación con Quetzacóalt. ¡Imposible!

   Aún sumidos en tan profunda decepción, se acercaron para ver de cerca a la pequeña familia haciéndose hueco entre todos los cotillos que allí acudieron a ver qué se cocía.

   Comprendieron que, a pesar de lo curiosos que eran todos los allí presentes, también eran muy generosos, pues les llevaron ropas y comida.

   Se acercaron todo lo que pudieron y se quedaron estupefactos al ver a esa joven tan hermosa con ese pequeñín tan indefenso entre sus brazos. Aún más fuerte fue la impresión que tuvo Moctezuma cuando la joven madre fijó los ojos en los suyos e hizo un gesto de agradecimiento con una leve inclinación de cabeza y una preciosa sonrisa.

   Aquello… … se escapaba a su entendimiento.

   Todos los regalos que llevaban para el hijo de Quetzalcóatl, allí no valían para nada, salvo para abrir el cofre de la codicia que albergaban algunos en sus corazones.

   ¡No! Se habían equivocado los oráculos. Y el cacique se sintió avergonzado por haber caído en aquel juego tan de mal gusto, y peligros o. ¡¡Qué gran pérdida de tiempo!!

   Se disponían a marchar cuando escucharon un gran murmullo y revuelo. Todos esos cotillos estaban dejando paso a unos personajes completamente distintos a todos los presentes e incluso distintos a ellos también.

   Habían dejado alejados sus monturas. Unos animales parecidos a sus llamas, pero más grandes.

   Se hacían paso entre la multitud con paso lento pero firme y delicado. Vestían prendas de piel, seda y lana. Alguno ceñía una especie de corona en sus cabezas, pero eran metálicas, no de plumas.

   Les parecieron reyes de algún otro territorio.

   Se fijaron en que los presentes que llevaban para esa criatura eran más parecidos a los que traían ellos. Sí, debían de ser reyes como él.

    Moctezuma, preocupado por el suceso, fue visitar a Azmacois, el jefe de los sacerdotes, pues estos acontecimientos se atribuían a un estado anímico de su dios. ¿Habrían ofendido a Quetzacóalt?
    Azmacois, era como el sumo sacerdote de los judíos. Se había ganado la confianza del rey y de sus súbditos durante muchos años. Años que se veían acumulados en sus cargados hombros y su lento caminar. Un oráculo lleno de sabiduría por su experiencia de vida y la observación de la naturaleza.
    - Azmacois – le preguntó el rey – quisiera saber por qué ha temblado la tierra. ¿Acaso hemos ofendido a Quetzacóalt? ¿O es que nuestro sol y nuestra luna están en disputa? ¿Habrá caído alguna estrella del firmamento impactando sobre nuestra tierra? Azmacois, contéstame rápido: el pueblo está desasosegado y necesitan una explicación a lo sucedido. No quiero que la alegría de la fiesta se torne en miedo y llanto.
    - Señor, mi rey, habéis de saber algo muy grande que me ha sucedido anoche, mientras dormía. No sé si fue un sueño, o una visión. Aún me siento confundido.
    - Contad rápido, Azmacois, pues aunque yo pueda esperar, el pueblo no.
    - No creo que el pueblo pueda sacar conclusiones sobre lo sucedido, ni proponer soluciones. Diles, pues, que Quetzacóalt les agradece sus ofrendas y su alegría de esa forma tan espectacular, pero que no se asusten por ello. Luego vuelve, que os contaré el porqué de este temblor. La explicación no dista mucho de lo que diréis a vuestros súbditos.
    Moctezuma, hizo lo que le aconsejó el sabio oráculo. Los rostros de los aztecas volvieron a brillar.
Ansioso el Cacique (así se llamaba a los reyes aztecas), por conocer el motivo del clamor de la tierra, volvió al templo para escuchar a Azmacois.
    - Estoy impaciente por escuchar tu respuesta, Azmacois. Sentémonos y cuéntame.
    - Mi Señor, como os decía, anoche vi un mundo muy distinto al nuestro, al cual, habéis de ir urgentemente.

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