tan pobre, era imposible que tuviese relación con Quetzacóalt. ¡Imposible!
Aún sumidos en tan profunda decepción, se acercaron para ver de cerca a la pequeña familia haciéndose hueco entre todos los cotillos que allí acudieron a ver qué se cocía.
Comprendieron que, a pesar de lo curiosos que eran todos los allí presentes, también eran muy generosos, pues les llevaron ropas y comida.
Se acercaron todo lo que pudieron y se quedaron estupefactos al ver a esa joven tan hermosa con ese pequeñín tan indefenso entre sus brazos. Aún más fuerte fue la impresión que tuvo Moctezuma cuando la joven madre fijó los ojos en los suyos e hizo un gesto de agradecimiento con una leve inclinación de cabeza y una preciosa sonrisa.
Aquello… … se escapaba a su entendimiento.
Todos los regalos que llevaban para el hijo de Quetzalcóatl, allí no valían para nada, salvo para abrir el cofre de la codicia que albergaban algunos en sus corazones.
¡No! Se habían equivocado los oráculos. Y el cacique se sintió avergonzado por haber caído en aquel juego tan de mal gusto, y peligros o. ¡¡Qué gran pérdida de tiempo!!
Se disponían a marchar cuando escucharon un gran murmullo y revuelo. Todos esos cotillos estaban dejando paso a unos personajes completamente distintos a todos los presentes e incluso distintos a ellos también.
Habían dejado alejados sus monturas. Unos animales parecidos a sus llamas, pero más grandes.
Se hacían paso entre la multitud con paso lento pero firme y delicado. Vestían prendas de piel, seda y lana. Alguno ceñía una especie de corona en sus cabezas, pero eran metálicas, no de plumas.
Les parecieron reyes de algún otro territorio.
Se fijaron en que los presentes que llevaban para esa criatura eran más parecidos a los que traían ellos. Sí, debían de ser reyes como él.