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   Viendo que, Azmacois, no se retractaba de lo relatado, y reconociendo que era imposible su engaño, por la bondadosa naturaleza del oráculo, cambió su actitud incrédula por una gran curiosidad.

   Azmacois, era considerado el mejor sacerdote de Quetzacóalt. Nunca había dado muestras de locura, ni de extravagancias, ni mucho menos, de ser bebedor de licor. Por lo tanto, debería darle un voto de confianza.

   - Prosigue, Azmacois, con tu relato.

 

   “ …Me dijo, Quetzacóalt, que su hijo nacería entre esa gente y que le matarían tras una larga tortura…”

   Azmacois paró su relato bruscamente y, con angustia y premura le dijo a Moctezuma:

   - Mi Señor, si ese niño es hijo de Quetzacóalt, debéis ir con urgencia en su socorro y traerlo aquí, a su tierra, para que no pueda sufrir ningún daño. No podemos permitir que sea maltratado el hijo de nuestro dios. Quetzacóalt no volvería a poner su mirada sobre nosotros si permitimos que su hijo sufra tan cruel destino.

 

   A Moctezuma le invadió una gran inquietud, fruto del dilema entre creer o no creer el relato de Azmacois.

   - ¿Cómo se le ha ocurrido a nuestro dios que su hijo nazca alejado de nuestro mundo, entre gente tan rara como la que me has descrito? Azmacois, ¿sabe alguien más de este sueño?

   - Sí, mi Señor: Ketsúa. Ha tenido el mismo sueño que yo, pero no se atrevía a contároslo.

   - Llama a Ketsúa, que se presente ante mí.

 

   Ketsúa era un joven aspirante a sacerdote.

  Cuando llegó Ketsúa…

   - Azmacóis me ha contado un sueño inverosímil. Dice que tú también lo has tenido. ¿Eso es cierto?

    Moctezuma, preocupado por el suceso, fue visitar a Azmacois, el jefe de los sacerdotes, pues estos acontecimientos se atribuían a un estado anímico de su dios. ¿Habrían ofendido a Quetzacóalt?
    Azmacois, era como el sumo sacerdote de los judíos. Se había ganado la confianza del rey y de sus súbditos durante muchos años. Años que se veían acumulados en sus cargados hombros y su lento caminar. Un oráculo lleno de sabiduría por su experiencia de vida y la observación de la naturaleza.
    - Azmacois – le preguntó el rey – quisiera saber por qué ha temblado la tierra. ¿Acaso hemos ofendido a Quetzacóalt? ¿O es que nuestro sol y nuestra luna están en disputa? ¿Habrá caído alguna estrella del firmamento impactando sobre nuestra tierra? Azmacois, contéstame rápido: el pueblo está desasosegado y necesitan una explicación a lo sucedido. No quiero que la alegría de la fiesta se torne en miedo y llanto.
    - Señor, mi rey, habéis de saber algo muy grande que me ha sucedido anoche, mientras dormía. No sé si fue un sueño, o una visión. Aún me siento confundido.
    - Contad rápido, Azmacois, pues aunque yo pueda esperar, el pueblo no.
    - No creo que el pueblo pueda sacar conclusiones sobre lo sucedido, ni proponer soluciones. Diles, pues, que Quetzacóalt les agradece sus ofrendas y su alegría de esa forma tan espectacular, pero que no se asusten por ello. Luego vuelve, que os contaré el porqué de este temblor. La explicación no dista mucho de lo que diréis a vuestros súbditos.
    Moctezuma, hizo lo que le aconsejó el sabio oráculo. Los rostros de los aztecas volvieron a brillar.
Ansioso el Cacique (así se llamaba a los reyes aztecas), por conocer el motivo del clamor de la tierra, volvió al templo para escuchar a Azmacois.
    - Estoy impaciente por escuchar tu respuesta, Azmacois. Sentémonos y cuéntame.
    - Mi Señor, como os decía, anoche vi un mundo muy distinto al nuestro, al cual, habéis de ir urgentemente.

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