Viendo que, Azmacois, no se retractaba de lo relatado, y reconociendo que era imposible su engaño, por la bondadosa naturaleza del oráculo, cambió su actitud incrédula por una gran curiosidad.
Azmacois, era considerado el mejor sacerdote de Quetzacóalt. Nunca había dado muestras de locura, ni de extravagancias, ni mucho menos, de ser bebedor de licor. Por lo tanto, debería darle un voto de confianza.
- Prosigue, Azmacois, con tu relato.
“ …Me dijo, Quetzacóalt, que su hijo nacería entre esa gente y que le matarían tras una larga tortura…”
Azmacois paró su relato bruscamente y, con angustia y premura le dijo a Moctezuma:
- Mi Señor, si ese niño es hijo de Quetzacóalt, debéis ir con urgencia en su socorro y traerlo aquí, a su tierra, para que no pueda sufrir ningún daño. No podemos permitir que sea maltratado el hijo de nuestro dios. Quetzacóalt no volvería a poner su mirada sobre nosotros si permitimos que su hijo sufra tan cruel destino.
A Moctezuma le invadió una gran inquietud, fruto del dilema entre creer o no creer el relato de Azmacois.
- ¿Cómo se le ha ocurrido a nuestro dios que su hijo nazca alejado de nuestro mundo, entre gente tan rara como la que me has descrito? Azmacois, ¿sabe alguien más de este sueño?
- Sí, mi Señor: Ketsúa. Ha tenido el mismo sueño que yo, pero no se atrevía a contároslo.
- Llama a Ketsúa, que se presente ante mí.
Ketsúa era un joven aspirante a sacerdote.
Cuando llegó Ketsúa…
- Azmacóis me ha contado un sueño inverosímil. Dice que tú también lo has tenido. ¿Eso es cierto?