- ¿Pero qué dices, insensato? ¿Dónde hay otro mundo? ¿No será que te pasaste con el licor?
- No, mi Señor. Y es tan cierto como que estamos hablando en este momento. Permitidme que os describa, lo que creo que fuese un sueño.
“Era un mundo muy distinto. Los rostros de los personajes eran más oscuros que los nuestros. Algunos hombres tenían pelo largo en la cara. Vestían largos trajes muy distintos a los nuestros. Eran más apagados los colores. No llevaban plumas en ninguno. Hablaban una lengua que desconozco y, para hacer largos recorridos, algunos, iban sobre enormes perros…”
El Cacique, interrumpió bruscamente al sabio sacerdote.
- ¡No digas cosas absurdas! ¿Y qué tiene que ver eso con el temblor de la tierra?
- Permitidme que os siga contando…
- Está bien, prosigue. Pero dudo que haya más mundos, y mucho menos que yo los visite – contestó entre furioso y jocoso-
“…En este mundo que vi apareció nuestro dios Quetzacóalt, y me habló en náhuatl. Me señaló un lugar llamado Belem, una estrella y un niño. El niño era de piel blanca. Lo más extraño, mi Señor, es que me dijo que el niño era hijo suyo y que teníais que ir a adorarlo…”
Moctezuma, dio un respingo y se levantó del asiento con intenciones de abofetear al oráculo. Se sentía ofendido, engañado con una absurda historia. Se dispuso a marchar sin decir palabra, pero se dio media vuelta e increpó al sacerdote…
- Azmacois, te he aguantado pacientemente, aunque sin dar crédito a tu relato. Pero esto último no puedo consentirlo. No sólo has bebido, sino que has ofendido a Quetzacóalt. ¡Más que por agradecimiento divino, habrá temblado la tierra para expulsarte de ella! No vuelvas a cometer esta locura y ofrece algún sacrificio a Quetzacóalt para que perdone tu blasfemia.
- Mi Señor, precisamente ese temblor de tierra fue la señal que le pedía a Quetzacóalt para confirmar si fue un simple sueño o una revelación suya.